jueves, 8 de abril de 2010
Recuerdo de un gigante
jueves, 1 de abril de 2010
El sueño de la sed
Era si no diariamente por lo menos dos o tres veces por semana soñar lo mismo, así sucedió durante casi un mes. Rogelio Alvares quien fuera cónsul de Villareal, soñaba con un enorme monolito de piedra erigido en medio de un desierto de arenas rojas, se trataba de una enorme cabeza mirando siempre hacia el oriente. Recordaba con exactitud, que había escuchado ─en otro sueño adjunto─ la historia de que dicha cabeza no era sino una pequeña parte de una verdadera estatua que permanecía enterrada del cuello hacia abajo. La cabeza apuntaba al oriente, como vigilando el nacimiento del sol, y a su declive, el gigante cobraba vida y caminaba como los hombres; con los brazos arriba, pareciendo sostener el cielo hasta el amanecer, entonces la enorme estatua volvía a enterrarse en las arenas dejando descubierta únicamente su cabeza. La pregunta era: ¿Qué hacía Rogelio Alvares frente a aquella escultura? Rogelio al preguntarse esto era presa de una tremenda sed, entonces daba media vuelta como por instinto y mirando hacia el oriente se topaba con una puerta, la cual cruzaba, cayendo en cuenta de que siempre era la entrada a su casa; los mismos muebles, la misma decoración y si subía a su habitación hasta su misma esposa lo esperaba en la misma cama. Entonces despertaba sobresaltado, con la boca seca y bañado en sudor. Y siempre así, casi del diario.
Rogelio nunca había hablado de su sueño con nadie, a veces se le olvidaba, otras veces simplemente le era inane y vulgar contar sus sueños a la gente. Pero tanto fue su hostigamiento, que una noche, antes de dormir, le contó a su esposa el episodio. Su esposa sin sorprenderse le dijo: «Pues toma agua antes de dormir», pero Rogelio, insatisfecho y algo desilusionado por la respuesta de su esposa, pensó que en realidad su matrimonio ya no los entusiasmaba como antes.
Aquella noche durmió y soñó con el desierto, pero ahora las arenas eran azules y se levantaban contra un viento denso y frío. No había pasado mucho tiempo cuando sintió un terremoto bajo sus pies, muy lejos de ahí, la estatua emergía de las arenas como quien trepa una barda muy alta, y una vez libre, la monstruosidad levantó los brazos y comenzó a caminar dificultosamente, pero sus zancadas eran tan largas que equivalentes a un kilometro no dio tiempo a Rogelio de siquiera temer. Desesperadamente, Rogelio corrió en desbandada, percatándose de que era hacia el oriente a donde se dirigía. En cuestión de diez pasos, la estatua casi le dio alcance y Rogelio buscó la puerta, esperando que en cualquier momento se abriera y pudiera entrar a su casa, pero no sucedió. Una sed y un cansancio insoportable lo asaltaron a causa de aquella persecución instantánea, fue entonces cuando se dio por vencido, detuvo el paso y lo último que vio a su alrededor fue convertirse de azules a negras las arenas del desierto. En ese momento, cuando estaba a punto de ser aplastado por el coloso y el peso del cielo a su vez, cerró los ojos y deseó volver a casa, ¡Despertar!, pero Rogelio Alvares, cónsul de Villarreal, jamás volvió a abrir los ojos ni en vida real.
Lucas Luján