domingo, 13 de diciembre de 2009

Benevolencias trágicas (texto reescrito)


Mañana por la tarde dibujaré pútridos para árboles solares, floreceré como engendro prodigioso del sereno y tierra. Se cumplirán mis deseos: abrir submundos bajo mis pies, tocando el clarinete del césped y sus maravillas envolventes. Durante el crepúsculo un pajarito verdeazul comerá migajas de pan en mi mano, esperando el ocaso quebrándose como las gladiolas. Junto a la omnipotente fuente de Marinetti saborearé un hirviente helado de pistache, placentero pronóstico de la velada; mi conciencia no sabrá nada. Cuando la noche sea fetal habrá de llegar el momento de pintar, superando mis pútridos: señoritas desnudas corriendo entre los prados, siendo llevadas por señores pingüinos de la mano. Dibujaré ancianos dándoles de comer lombrices a sus nietos, besando sus labios, dibujaré amantes sobre las sombras, mutilándose los miembros; carcomidos por los celos. Yo, junto al pajarito verdeazul, sublevaremos todo sentimiento de resguardo, aborreceremos las mencionadas escenas, ninguna digna de un cuadro, tan sólo de un bosquejo. Llegará la hora de retirarnos y regresar en paz a la madre tierra.


Pasado mañana por la mañana el pajarito verdeazul será mi madre.



Lucas Luján


La caza (texto reescrito)


Una vez que lo acorralamos hay que comenzar a ser más cautelosos, como los gatos, precisamente; contra la pared, y sutilmente, sin quitarle los ojos de encima, hay que acercamos a él, pero a manera delicada, que no se sienta acosado, presionado, pues es tan sorpresivo que podríamos provocar su escape.

Cuando esto suceda trataremos de respirar tranquilamente, calmando así la emoción de atraparlo por primera vez. Para entonces el amor parecerá un ratoncito vulnerable. ¡Y es ahí!, cuando ya nos pasamos toda una vida asechándolo, que le saltamos por el lomo, y como es su costumbre, se esponjará; pareciendo más grande y temible, pero no hay que espantarse, pues sólo se trata de un mecanismo de defensa para ahuyentarnos; su intención será provocarnos el mayor temor posible. El amor también tiene su instinto primitivo de supervivencia. Si logra espantarnos todo estará perdido, lo dejaremos escapar, y nunca jamás volveremos a acorralarlo, a no ser que corramos con la suerte de toparlo nuevamente dentro de la alacena, debajo de la estufa, corriendo por las orillas de la pared; cualquier recoveco de un departamento es escondite perfecto para el amor. En caso de que seamos lo suficientemente valientes para afrontarlo nuevamente, y no temerle, entonces, imagínese lo que sería tener un verdadero amor entre nuestras garras, como los gatos, precisamente. Sin duda, la experiencia más deliciosa.




Lucas Luján


miércoles, 9 de diciembre de 2009

Crítica del Libro Rubaiyat de Omar Kayyám




La gestión en la literatura persa es tan grandiosa como elocuente. Rubaiyat de Omar Khayyám es uno de los libros más impresionantes que he tenido la dicha de leer. La primera traducción (al inglés) a cargo del poeta Edward Fitzgerald no es tan valorada como la traducción de J. B. Nicolás en 1867. Aún así, ambas traducciones no contraen aquella riqueza inmaculada que yace en la literatura árabe a mediados del siglo XV.

La edición a cargo del erudito Joaquín V. González que me regalaría un amigo poeta, con la intención de adentrarme más en el mundo de las letras antiguas, es catalogada como una de las mejores (si no es que la mejor) de las traducciones al castellano que se han hecho del libro.

Independientemente de la intención o la estética, el libro nos confiesa rasgos de un sufismo metabolizado y visionario; el acercamiento a un Dios por medio del estado inducido del vino y las múltiples filosofías que la misma poesía nos regala. La literatura árabe resulta tan basta que nos perderíamos siquiera antes de entrar en ella, como lo pensaría algún día Borges al intentar terminar las Mil y una noches. En el trabajo que logró publicar J. V. González, reúne, aparte de las Rubaiyat, una serie de "Rimas orientales", así como el arcano poema de "La voz en el desierto", hermosas obras que el mismo autor escribiría bajo las influencias del poeta Hafiz Shirazi. Es así como Omar Khayyám, entre sus elocuencias sufís y su devoción al Islam, corrompe los lustros de la lengua, introduciéndonos a un mundo donde la poesía se convierte en imágenes, desencadenando los misterios de una cultura antigua y reflejando al lector aquella belleza en su pasado, que creo, es lo más importante a la hora de traducir; no echar a perder la obra original.

Recomendable libro, muy bello de verdad.


Lucas Luján