miércoles, 6 de enero de 2010

El holgazán


Trató de levantarse pero cuando menos se dio cuenta ya estaba pegado a la silla, su piel encarnada a la suavidad del terciopelo morado que ahora, en vez de respaldo, era su propia espalda. No era fácil conformarse a la idea de saberse adherido a un objeto. «Los lazos de unión que tenemos con los objetos son tan notables como la fraternidad entre los hombres» pensó sin reconfortarse.
No fue mentira que trató de levantarse en más ocasiones y nada, siempre terminaba con el culo de madera; caoba fina, por lo menos podría presumir que lo más fino lo llevaba en el culo.
Meditó unos momentos en lo que le había pasado, era imposible que alguien como él, un ingeniero de tanto prestigio, tuviera la mala fortuna de encarnarse a una silla. Se frotó los ojos con paciencia, miró la decoración de su oficina, respiró profundamente resignado a sentarse, para entonces sobre él mismo.
A escasos cinco minutos su mutación era evidente, ahora sus piernas se encarnaban a las patas delanteras y sus brazos a las traseras, formando un arco análogo al de las sentaderas. «Así como va esto no tardaré en ser una silla». Y así pasó. Cuando los inspectores de control administrativo llegaron a recoger sus informes él ya era una silla.
«Otra vez llegamos tarde» berreó uno de los inspectores en tono despreocupado.
«Sácala a la calle junto a todas las demás. En vez de ser una renombrada institución burocrática terminaremos siendo mueblería» respondió el otro colérico, haciendo señas para que alejaran aquella silla de su vista.


Lucas Luján


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