“Es común de los leviatanes ser lúbricos; así apetecía; enroscado en sí mismo, no como todos los demás que se extendían ridículos sobre el piso...”:
Ese era comienzo de su relato de no ser porque Marco Beltrán optó por otras varias alternativas. Miró largo rato esa espeluznante hoja en blanco que nada le regalaba sino un incomodo estanque creativo. Para no caer en una persistencia sádica, salió a tomar un poco de aire; la simple mención de una bestia bíblica en su obra le obsequiaba cierto deleite mental. Desayunó huevos a la mexicana, pan tostado y café con leche en Bukner Champ´s. Pensó que una vez desayunado sería más fácil recrear el relato; las imágenes serían más concisas, maleables. Marco Beltrán sabía que había soñado alguna vez con un cuento parecido. Una vez frente a la máquina de escribir, pensaba: “el leviatán yacía enroscado en su propio cuerpo”. ¿Qué significaba aquello? ¿A dónde apuntaba aquella historia? ¿Era una historia real más allá de tratarse de la metaficción del cuento? No soportó más sus confusiones. Esa misma tarde fue a visitar a su colega Martha con la intención de contarle su padecimiento.
─Lo que pasa es que tienes varias entradas, pero recuerda que en el cuento sólo existe una salida ─dijo ella sirviéndole una tacita de té de naranjo─. Lo único que debes hacer es hallar la forma de entrar al pasaje narrativo.
Más tarde escribió:
“Empezaría enroscándose, los leviatanes suelen olvidar su verdadera misión: la tentación al pecado, el dulce sabor de las almas condenables...”: Pero todo parecía inútil. Después, antes de tomar la siesta, anotó: “Él durmió pensando en la maravilla humana, se enroscó en sí mismo...”.
Cuando despertó ya no tenía ganas de escribir. Había acabado con eso de los réptiles bíblicos, y para olvidarse de todo eso leyó una novela rusa. Fue entonces cuando alguien llamó a su puerta. Marco Beltrán se levantó del diván con libro en mano. Era Martha.
─¿Aún te interesa la víbora?
─No, acabe con eso ─contestó Beltrán.
─Entonces cuento es.
─No, dejé de escribirlo. Caí en cuenta de que sólo fue un arranque ideático, no una historia.
Pero el leviatán nunca olvida la tentación hacia el hombre, esa pestilencia mortal que tanto lo seduce. La imaginación impúdica es un verdadero majar para el monstruo. Los deseos enmudecidos son su entremés y Beltrán lo comprendía. Hasta ese momento supo la verdadera razón de su estanque creativo. Veía deslizándose a la bestia por las paredes de su sala, mirándolos, mostrándoles la lengua, saboreando sus futuros bocados. Marco Beltrán se hallaba indefenso frente a su colega, sintió esa fragilidad. Tiró la novela rusa, la vio fijamente a los ojos percatándose de que ella no sabía nada. ¿Cómo iba a saberlo si nunca había visto al leviatán tan cerca como él lo estaba viendo?
─¿Qué sucede? ─preguntó Martha consternada al ver el aspecto de su amigo.
“Pero que podía saber ella. El leviatán los había acorralado, la circunstancia estaba a punto de cobrar vida y ella seguía preguntando tonterías. El réptil había tapado todas las salidas posibles”. Él no dijo nada, aventó a Martha al suelo, cubriéndola con su cuerpo; demasiado tarde, los dos fueron devorados por la bestia de bestias, el momento era hermoso como trágico, el deseo se volvió ponzoñoso. La bestia comenzó por paralizarlos con una de sus letales mordidas, los desolló con su escamosa lengua y termino por desmembrarlos a pedazos. Al final los digirió perezosamente como debían de ser digeridas las presas de los leviatanes.
─No sabía que me tuvieras tanta confianza, Marco ─susurró a su oído Martha. Antes de levantarse con el pretexto de usar su sanitario, cubriéndose los pechos y la entre pierna con una frazada. “Ella no sabía, ahora es excremento de leviatán; todo había ocurrido como en un cuento soñado”. Él se acurrucó sintiéndose vulnerable ante el frío de la pieza, su desnudez lo deliberaba no solo de las nieblas intencionales que siempre tuvo presentes sino de sí mismo también. Pensó: “Pero el leviatán tenía más hambre. ¡Esas bestias siempre tienen más hambre!”. Miró las nalgas de Martha mientras ella caminaba, Marco sonrió con deleite.
Lucas Luján
No hay comentarios:
Publicar un comentario