domingo, 30 de agosto de 2009

Crítica de “Ficciones (J. Luís Borges)”




Estoy convencido (después de leer el libro) de que “El sur” no es el mejor cuento de Borges en ésta magnífica obra. Convencido ya que en su mayoría estos cuentos nos desenvuelven en una comprensión del universo muy diferente, alejándonos de todo concepto materialista o quizá visionario-utópico que pudiéramos tener sobre él. Es, lo más seguro, una de las obras más mencionadas del maestro, de ahí que cuándo un colega me preguntó qué era lo que leía, yo le contesté: “leo al Universo”. Y aunque se pudieran interpretar como mohosas y en extremo románticas mis palabras, la verdad es que la primer parte de cuentos “El jardín de senderos que se bifurcan” influyó mucho en la concepción de mi literatura. Por otro lado, “Artificios”, la segunda parte de éste libro, es como dirían muchos críticos de la obra Borgiana, la parte subliminal de su pasión por la literatura, que, a mi parecer, se ve reflejado en toda su obra y no sólo en ésta. Dijo Borges una vez, que quizá su mejor cuento había sido “El sur”, yo refuto aquello, sin ir en contra de su opinión, pero, ¿dónde dejaría el maestro Borges una “Biblioteca de Babel” o “Las ruinas circulares” o un “Milagro secreto”, y todos los demás cuentos no ajenos de mención después de haber afirmado eso? Lo único que se nos demuestra (una vez más) es el amor que Borges tuvo para con la literatura. Y Ficciones, un libro de cuentos que tal vez el mismo Borges hubiera querido leer de las manos de otro autor, no sea sino más que eso, verdaderas ficciones.

Tip:

(Hay quienes malinterpretan y afirman que para leer Ficciones se necesita un diccionario y una enciclopedia a la mano, yo sólo digo que se necesita el diccionario, y eso algunas veces, ya que todo lo demás es inventado por el mismo Borges y no viene en ninguna enciclopedia universal, al menos no terrenal, ¿si no entonces por qué se llamara ficciones?).



Lucas Luján

miércoles, 19 de agosto de 2009

Percepción



Stephen Macfloyd en una de sus tantas desventuras de escritor, quiso escribir un cuento positivista, que dejara rasgos idealistas en cada una de sus frases. No lo logró, jamás lo conseguiría, era como ir en contra de toda ideología personal. Dejó aquel cuento sin final.
Revisando después sus obras completas, percibió que todas ellas eran monstruosas, y que la fama en ellas yacía en su sentido decadentista. Ya no había retroceso, quizá nunca lo hubiera habido, es decir, el auge de sus relatos era siempre la miseria, su miseria, desconsuelo y nihilismo voluntario. Y así, aquel día se pregunto: «¿De no haber escrito sino positivismo, qué habría sido de mí?» Al instante rió, y se respondió: «No habría siquiera escrito, todo es como debe ser». Semanas después murió, dejando sobre su escritorio aquel cuentito positivo y de personajes rectos y moralistas, el cual, los expertos y críticos de su obra tacharon como apócrifo.
Años después se público, como algunas obras de Kafka; inconcluso, pero a su nombre, tachado como el peor de sus intentos por escribir un cuento.
La verdad es que cuando dicho cuento llegó a mis manos y lo leí, revelé que el intento inútil de Stephen era probarse en aquel campo de los valores bien conllevados, sólo eso, nada especial ni definido. Por supuesto, falló.
Ahora soy de la idea que aquel cuento, al cual tituló “Percepción”, no es malo, tampoco apócrifo, ya que está firmado por sus iníciales, sólo está bifurcado, un patito feo entre sus obras. Irónicamente feo, ya que el inicio y desarrollo conllevan un sentido realmente alentador y positivo de cómo ver la vida.



Lucas Luján





lunes, 17 de agosto de 2009

No basta no dejarse


El ruido y la discusión comenzaron a discutir haciendo tanto ruido que de momento se olvidaron de la palabra, quien al percatarse fuera de la discusión y en medio de tanto ruido, luchó desesperadamente por recuperar esa hegemonía perdida durante la prolongada discusión. La palabra ya no era percibida; sólo gritos y discusiones. Se levantó de su silla dando un golpe estrepitoso sobre la mesa y gritó, llamando la atención de los presentes: “¡Pido la palabra!”, sin embargo, y en efecto, la palabra ya no tenía nada que decir, su inexistencia ya era justificada. El ruido y la discusión reanudaron lo suyo, anulando definitivamente toda palabra del concepto comunicatorio en el orbe.

Dos horas después estalló la guerra lingüística en Castellania.



Lucas Luján


miércoles, 12 de agosto de 2009

Crítica de “Las Flores Azules (Raymond Queneau)”




Sueña Cidrolin y también sueña el conde de Auge, y todo parece anormal, debido, precisamente al embalsamiento onírico que esta novela nos ofrece. Dos personajes que rompen la barrera supersticiosa del lado de allá y el lado de acá; dos caballos que hablan y uno resulta ser filosofo. Esta “¿novela?” se la pasa envolviendo al lector hipotético entre telarañas narrativas laberínticas y sin dirección a una posible salida. El libro, por su parte, no tiene un argumento sólido, todo se desarrolla a través de los sueños de Cidrolin que también es el conde de Auge (un feudal de la alta y baja edad oscura y muchas otras épocas más en Francia, que quiere vivir como todo un hombre del siglo XX). Así sucede el choque, la barrera patafísica del allá se mezcla con el de acá, las épocas se mezclan en el trayecto subliminal hacia un subconsciente saturado y ambos personajes que son, sobre todo, uno solo, se conjugan bruscamente en un mundo surrealista, donde abundan los transeúntes, los locos pintando rejas, la comedia, las esencias de hinojo, los hocicos rotos, y las flores azules. Genial obra y casi de las últimas de Raymond Queneau. Recomendable, sólo para locos que no buscan más que burlarse un rato del concepto literatura, entregándose como nihilistas a un Dios.


Lucas Luján