miércoles, 12 de agosto de 2009

Crítica de “Las Flores Azules (Raymond Queneau)”




Sueña Cidrolin y también sueña el conde de Auge, y todo parece anormal, debido, precisamente al embalsamiento onírico que esta novela nos ofrece. Dos personajes que rompen la barrera supersticiosa del lado de allá y el lado de acá; dos caballos que hablan y uno resulta ser filosofo. Esta “¿novela?” se la pasa envolviendo al lector hipotético entre telarañas narrativas laberínticas y sin dirección a una posible salida. El libro, por su parte, no tiene un argumento sólido, todo se desarrolla a través de los sueños de Cidrolin que también es el conde de Auge (un feudal de la alta y baja edad oscura y muchas otras épocas más en Francia, que quiere vivir como todo un hombre del siglo XX). Así sucede el choque, la barrera patafísica del allá se mezcla con el de acá, las épocas se mezclan en el trayecto subliminal hacia un subconsciente saturado y ambos personajes que son, sobre todo, uno solo, se conjugan bruscamente en un mundo surrealista, donde abundan los transeúntes, los locos pintando rejas, la comedia, las esencias de hinojo, los hocicos rotos, y las flores azules. Genial obra y casi de las últimas de Raymond Queneau. Recomendable, sólo para locos que no buscan más que burlarse un rato del concepto literatura, entregándose como nihilistas a un Dios.


Lucas Luján

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