Sí, le temo al escorpión
a su miel venenosa
de ofertas lejanas
hediendo a muerte tranquila.
¿Cómo no temerle a sus patas de astilla
y sus tenazas de rey antiguo
trepando por mi pecho?
¡Donde protervo encaja su aguijón!
Y el dolor confiesa:
Que le temo al escorpión inmortal,
a su vejez nublando mis virtudes
¿Pero quién no ha sentido esa índole,
esa su escalinata y condena?
Es mentira que el tiempo pasa ligero
y que las vírgenes son castas de sus promesas
¿Cómo aniquilar al escorpión inmortal entonces?
¿Cómo darle fin a su malicia eterna?
si no hay quien se salve de su tiranía,
ese amor envenenándonos de vida.
Lucas Luján
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